Dolores Veintimilla (Quito 1829- Cuenca 1857)
Hija de don José Veintemilla y de doña Jerónima Carrión. Educada en el seno de una familia aristocrática. El 16 de febrero de 1847, con flamantes dieciocho años, contrajo matrimonio con el médico colombiano Sixto Antonio Galindo y Oroña, quien al parecer vino a vivir a Ecuador por problemas de persecución política y antes de finalizar el año nació su hijo, al que llamaron Felipe Santiago José. Por razones de la profesión de su esposo se trasladaron a vivir en Guayaquil, ciudad que les abrió las puertas y los recibió en los mejores círculos sociales. El ambiente cultural de Guayaquil era más amplio que el de Quito, existía una mayor desenvoltura en el relacionamiento de las personas y en el puerto, ya figuraban las jóvenes escritoras Ángela Caamaño Cornejo de Vivero, Dolores Sucre Lavayen y Carmen Febres-Cordero de Ballén. Estas escritoras influyeron profundamente en su pensamiento y tendencia a la expresión literaria y empezó a escribir en prosa y en verso, y a dejar traslucir las insatisfacciones sentimentales que vivía y las frustraciones de comprender que no era amada por su esposo con la misma intensidad.
La pareja fue a vivir a Cuenca en 1854. Dolores conoció a un grupo muy representativo de la actividad literaria en Cuenca. Al parecer su esposo no pudo encontrar un trabajo y al poco tiempo se fue a trabajar en Centroamérica, dejándola sola con su pequeño hijo en Cuenca. La soledad, el alejamiento de su esposo y la sociedad de aquella época, que era muy cerrada y conventual, confluyeron para convertirle la vida en un martirio. En 1857, asistió al fusilamiento de Tiburcio Peñafiel, un indígena sentenciado por los Tribunales de Justicia del Azuay a la pena capital, acusado de parricidio. Ella publicó una hoja suelta titulada Necrología, en la que protestaba por aquel fusilamiento y contra la pena de muerte. La hoja suelta causó profundo impacto y gran conmoción en la cristiana ciudad, y fray Vicente Solano, uno de los más vigorosos y duros polemistas de la época, dejó caer todo el peso de su pluma y prestigio sobre Dolores, a la que atacó por medio de varios anónimos. Dolores fue insultada y desprestigiada públicamente sin ninguna misericordia, hasta llevarla al suicidio. Dolores Veintimilla no pudo más y el 23 de mayo de 1857 puso fin a sus penas bebiendo un vaso de cicuta.46 Sobre Dolores se ha escrito mucho y queremos resaltar un importante estudio publicado por María Helena Barrera-Agarwal titulado Más allá de los mitos, que nos parece excelente.
QUEJAS
Y amarle pude, al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma,
perdió mi pobre corazón su calma
desde el instante fatal en que le hallé.
Sus palabras sonaron en mi oído
como música blanda y deliciosa,
subió a mi rostro el tinte de la rosa,
como la hoja en el árbol vacilé.
Su imagen en el sueño me acosaba,
siempre halagüeña, siempre enamorada,
mil veces sorprendiste madre amada,
en mi boca un suspiro abrazador.
Y era él quien lo arrancaba de mi pecho
él, la fascinación de mis sentidos,
él, el ideal de mis sueños más queridos,
el, mi primero mi ferviente amor.
Vivía de su vida enamorada,
era el centro de mi alma el amor suyo
era mi inspiración era mi orgullo.
¿por qué tan presto me olvidaba el vil?
No es mío ya su amor, a otra prefiere,
sus palabras son frías como el hielo,
es mentira su fe, finge desvelo
más no me engañará con su ficción.
Y amarle pude, delirante, loca
no, mi altivez no sufre su maltrato,
y si a olvidar no alcanzas al ingrato,
¡ite arrancaré del pecho, corazón!!
LA NOCHE Y MI DOLOR
El negro manto que la noche umbría
tiende en el mundo, a descansar convida.
Su cuerpo extiende ya en la tierra fría
cansado el pobre y su dolor olvida.
También el rico en su mullida cama
duerme soñando avaro en sus riquezas;
duerme el guerrero y en su ensueño exclama:
—soy invencible y grandes mis proezas.
Duerme el pastor feliz en su cabaña
y el marino tranquilo en su bajel;
a este no altera la ambición ni saña;
el mar no inquieta el reposar de aquel.
Duerme la fiera en lóbrega espesura,
duerme el ave en las ramas guarecida,
duerme el reptil en su morada impura,
como el insecto en su mansión florida.
Duerme el viento, la brisa silenciosa
gime apenas las flores cariciando;
todo entre sombras a la par reposa,
aquí durmiendo, más allá soñando.
Tú, dulce amiga, que tal vez un día
al contemplar la luna misteriosa,
exaltabas tu ardiente fantasía,
derramando una lágrima amorosa,
duermes también tranquila y descansada
cual marino calmada la tormenta,
así olvidando la inquietud pasada
mientras tu amiga su dolor lamenta.
Déjame que hoy en soledad contemple
de mi vida las flores deshojadas;
hoy no hay mentira que mi dolor temple,
murieron ya mis fábulas soñadas.
A CARMEN
(Remitiéndole un jazmín del Cabo)
Menos bella que tú, Carmela mía,
vaya esa flor a ornar tu cabellera;
yo misma la he cogido en la pradera
y cariñosa mi alma te la envía
cuando seca y marchita caiga un día
no la arrojes, por Dios, a la ribera;
guárdala cual memoria lisonjera
de la dulce amistad que nos unía.
Tomado de «Historia y antología de la literatura ecuatoriana». Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2020.
